La muerte, parte y coronación de la vida. Vivir y morir coinciden, porque, a la vez, sin notarlo, como aprendices de muertos los vivos van caminando. Este camino conduce, según la fe claro afirma, al cielo, jardín luciente de espirituales delicias. Con la consumación lenta la vida llega al rescoldo, y la muerte apaga entonces de golpe el último tronco. Los muertos deben abrir los ojos a los aún vivos, para a la muerte esperar estando en vela y en vilo. Se aprende, por lección última, y mejor ninguna otra, que, viviendo, todo falta, y, muriendo, todo sobra. La muerte es coronación de la vida, tras combate: murió el cuerpo, débil junco, vive el alma en otro cauce. | Después de la muerte, la vida. La muerte es cierta en el hecho, incierta, el cuándo no dice, pobres y ricos iguala, tiene variados matices. Debe aceptarse como algo, pero, si a la fe se ciñe, pasa a ser llamada de Alguien, que Dios Padre se define. Es ir al cielo, a habitar otra casa indestructible, con todo amor construida, donde la muerte no existe. La esperanza brilla, aumenta, desde cristianas raíces, que el grano brota, y la rubia espiga su ritmo sigue. Pues Jesús resucitó, tener gran cuidado exige, y a quien murió dignamente a vida eterna le admite. Tras rezar por los difuntos, e incluso ayuda pedirles, resta con ellos volver en el cielo a reunirse. | |